Lagrimita tiene una vocación inclaudicable e infatigable de tristeza que le permite interpretar cualquier comentario, situación o actitud de la peor manera posible. Si su jefe le dice que quiere hablar con ella, es para echarla, si su marido le trae flores, es porque la está engañando, si el supermercado tiene un queso de oferta, debe estar vencido, y si su hijo la llama al trabajo, lo primero que le pregunta es quién se murió.
Tanta es su melancolía y pesimismo, que ni siquiera cuando las cosas le suceden a otro se permite disfrutar. Entre elegir una comedia y un drama, siempre se lleva las películas de huérfanos, dictaduras crueles o melodramas en los que el galán muere de fiebre tifoidea. Entre dormir la siesta con la persiana baja y salir a pasear a una plaza, Lagrimita prefiere dormir a oscuras. Entre quedarse encerrada mirando una telenovela e ir a una fiesta, Lagrimita siempre elige el encierro.
Sus recuerdos personales siempre son sombríos. Atesora, como joyas antiguas, todas las decepciones que vivió desde pequeña. Cada vez que ve un perro se acuerda cuando Bobby, su primer cachorro, murió de moquillo en sus brazos. De la secundaria se acuerda que su mejor amiga le robó el novio y que a su hermana le hicieron fiesta de 15 pero que cuando llegó su turno, su padre ya no tenía trabajo y no había dinero.
Pero a diferencia de la nube negra, Lagrimita no quiere arruinarle la felicidad a nadie. Es sufrida de una forma serena y silenciosa que no afecta a nadie más que a ella misma. Apenas si le inyecta un poco de culpa a quienes la escuchan victimizarse y hacerse la pobrecita.
Para eso, suele expresar con sacrificio fingido cualquier comentario. Mientras que una persona normal cuenta que tuvo que ir al supermercado a hacer una compra grande y que cuando llegó ya no había envío a domicilio, ella relata que le quedaba poquita comida, que tenía hambre, que fue al supermercado más lejano para ahorrarse unos pesos, que por desgracia no había entrega a domicilio, que tuvo que arrastrar las bolsas y ahora tiene dolor de espaldas y que si no fuera por un extraño que la ayudó, ahora estaría muerta.
Otra cosa que le gusta hacer a Lagrimita es regodearse en su soledad. Si le preguntan qué cenó, en vez de comentar su cena, aclara que no tiene sentido cocinar para ella solita y que prefiere tomarse un tecito y acostarse temprano. Si le preguntan a dónde va de vacaciones, en vez de decir que va a Mar de Ajó, cuenta que sus amigas van a Brasil pero que ella no puede pagarlo. Si le cuentan que una conocida se cambió el auto, se alegra y le dice que aproveche mientras pueda. Y si una amiga se casa, la abraza emocionada y dice que también le gustaría conocer al hombre de su vida, pero que el amor no es para ella.
Sin embargo, su deseo es una verdad a medias. A diferencia del resto de las mujeres, a Lagrimita no le gusta enamorarse. Le gusta romper. Adora mirarse al espejo mientras llora, estar deprimida y tirada en la cama, escribir reflexiones amorosas en su diario y leer poesía mediocre de escritores todavía más deprimidos que ella.
Si, por ejemplo, Lagrimita conoció a un chico por chat, salieron dos veces y no funcionó, en vez de mandarlo a la mierda y bloquearle el Messenger, le escribe una carta de despedida llena de sentencias amorosas fatalistas, contrapuntos arjonescos y frases romanticoides. A pesar de que apenas lo conoce, habla como fuera el amor de su vida con sus amigas, que tienen que padecerla durante meses como si, en efecto, esa relación hubiera sido importante en su vida.
Pero eso no es todo. Sus amigas no sólo padecen la crónica de sus melodramas. A veces también los viven en carne propia. Si por error una de ellas olvida llamarla para el cumpleaños o desaparece por algunos días, Lagrimita llora a moco tendido y arma un rosario de escenas tragicómicas hasta transformar ese detalle anecdótico en un problema fatal. No para hasta que su amiga se ve obligada a tener una conversación desgastante, maricona e innecesaria sobre lo que siente cada una al respecto y le pide perdón rogando que ella la absuelva de pecado y culpa.
Previsiblemente, Lagrimita duerme mucho y siempre está enferma. Le gusta arrastrarse, agotada, morir del dolor de cabeza o tambalearse por la presión baja que heredó de su familia. Incluso si es joven fantasea con que tiene cáncer, anticipándose al diagnóstico de un médico y asumiendo una muerte joven que no llega nunca. Si no tiene, igualmente le gusta mencionar que tuvo un tumor o un lunar peligroso y que la incertidumbre la obligó a vivir las horas más desgarradoras de su vida. Tampoco es cuestión de desperdiciar tragedia. Un lunar cancerígeno casi es cáncer. Si podría haberse muerto, que al menos sirva para dar pena.