sábado, enero 10, 2009

Mentira, que es mentira.

No se quien será el que afirmo que la mentira tiene patas cortas. Yo la conozco de patas cortas, largas, flacas, gordas y también rengas o sin patas.

La mentira es la justificación al léxico humano, es la prueba fehaciente de que la comunicación verbal ha sido todo un éxito.
Pero si tuviese que definir a la mentira, sin duda le daría la categoría de viciosa. (¿Por qué cada vez que digo o escucho esta palabra se me viene a la cabeza la canción que dice; “Viciosa, se te calienta la Chichi”?). 

Antes de seguir dándole a la lata, es preciso comprender que aquel que sabe mentir, siempre es mas fuerte que el que no. No importa por adonde lo miremos, cualquier persona mentirosa es mas fuerte que una sincera.

En algún momento de la vida atribuí esta realidad a que las personas que se dedican a mentir, viven en un mundo irreal y ficticio. Por ende, nunca tienen absolutamente nada que perder. Y si es que lo pierden, jamás duele, ya que en realidad solo pierden una fantasía e inmediatamente pasan a otra.

Por el lado de la gente que evita mentir, se enfrenta cotidianamente a la posibilidad de que su castillitos de cartas se desmorone ante el mínimo soplido de viento.
No tiene secretos, esta expuesto, no tiene excentricidad, ya que todo es sabido.

Sin embargo, he descubierto dos tipos de mentirosos, uno de los cuales ha logrado embelesarme con su capacidad de fabular una vida por completo.

Existe el mentiroso espontáneo, y ocasional. Que es aquel que justifica sus acciones, comenta éxitos inexistentes, exagera premios, y hasta llega a matar familiares.

El mentiroso profesional, es exactamente igual en sus mentiras el pequeño mentiroso ilustrado. Solo que este ultimo, posee una diferencia que lo transforma de un gran y horrible mentiroso, a un genio o honrado ser humano; su propia credibilidad.

El mentiroso más importante del mundo, es aquel que de tanto mentir, comienza de a poco a creerse sus propias mentiras. Esto sucede cuando la cantidad de mentiras dichas, supera a la cantidad de verdades.
Por ende, para mantener en equilibrio su mundo de fabula, el mentiroso comienza a vivir, actuar, pensar y hasta hablar como si todas sus mentiras fuesen ciertas.

Deja de lado todas sus anécdotas de su mundana crianza, y toma actitudes de álter ego convenciéndose de que es cierto que le pidieron que no asista mas al colegio debido a que el no lo necesitaba.

Dicha esta mentira y aceptada por el resto de sus pares, el mentiroso se siente tentado, como un perro cuando su dueño abre la heladera, y comienza a mentir y mentir y mentir hasta perder la verdadera conciencia de quien es él en realidad.
Por eso puedo afirmar que la mentira es viciosa, ya que una vez que se prueba, es muy difícil dejarla.

Algunos han tenido suerte, y se han topado con gente de principios que no le permitieron seguir mintiendo. Eso es lo que yo llamo una intervención, si, casi como las que se les hace a los adictos a las drogas para que reconozcan su adicción.

Yo soy de ese estilo de persona, disfruto a galones la oportunidad de descubrir una mentira recién fabricada o que ya circula en el mercado hace tiempo y atacarla, no parar hasta destruirla. Soy un cazador de mentiras.

Pero la gran diferencia entre el mentiroso y el adicto, es la gratitud que los mismos tienen cuando pueden despejarse de ese daño que los atormentaba.

En el caso del adicto, luego de poder volver a su vida y dejar de lado su vampirezca adicción, se torna totalmente amigable y manifiesta incontables veces su gratitud hacia las personas que literalmente le devolvieron la vida.

Por el lado del mentiroso, una vez que es intervenido y descubierto, se aleja a incontables kilómetros con el fin de no volver a tener que exhibir su rostro nunca más. Es capaz de inventar una catarata de mentiras en contra de quien lo haya descubierto, totalmente ensañado y encolerizado por no permitirle vivir en su mundo de dibujos animados.

Ahora bien, lo más llamativo de la sociedad, es la vergüenza que estos dos tipos de personas pueden llegar a sentir.
El adicto, no tiene vergüenza alguna en reconocer que en un momento de su vida no pudo mantenerse encarrilado y dependió para poder ser feliz, anestesiarse o divertirse de algún que otro psicofármaco o droga de cualquier tipo.

Por el lado del mentiroso, jamás reconocería una mentira, la pelearía a capa y espada con sus entrañas al descubierto. Es que es cierto, una mentira jamás, pero jamás, se debe desmentir. Cuando uno miente, es como pegarle un tiro a una persona; esta muerto, se murió, ya no hay vuelta atrás, debemos pensar en como vivir con eso en nuestra cabeza.

Llegado al fin, podemos encontrar que detrás de esta costumbre tormentosa, se llega a divisar una ridiculez y un acto en cuestión sumamente divertido y gracioso.

Si le preguntamos a nuestros pares acerca de una hipotética situación en la cual ellos deben elegir ser vistos tomándose una línea de cocaína, o enfrentados en medio de una mesa a un grupo de personas que nos pide explicaciones ante una mentira dicha, el 90% elige sin titubeos tomarse la línea de cocaína.

Por consiguiente, es gracioso pensar que el 90% de las personas, prefiere ser el drogadicto en cuestión, antes de ser el amigo que lo acompaña al centro de rehabilitación.

Pero si de mentiras hablamos, hay algo que puede ejemplificar perfectamente lo que digo; Los Locos.

Es que esta científicamente comprobado que aquellos locos que dicen ser Napoleón, Julio Cesar o Alejandro Magno, cuando son sometidos al detector de mentiras, el mismo falla.
Y eso, es simplemente por que cuando uno esta convencido de que lo que dice es cierto, deja de ser mentira para los demás, puesto que para nosotros lo ha dejado de ser hace mucho tiempo.